Joven y tímido,
apoya su mano sobre la columna del templo.
Ajustando su sandalia,
deja caer su clámide.
Eleva, entonces, a Apolo una plegaria:
que su héroe se fijara en él,
que a la palestra lo siguiera.
Allí, desnudo y ungido, se mostraría.
¡Ah! Al simposio nocturno,
por ser invitado, que no daría.
Vino puro elegiría, como preludio.
Azabaches sus bucles,
como ofrenda quemaría.
Y, tal vez, gloria a su lado,
lucha y muerte, junto al amado.
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Siglos después,
calor en la roca siento...
Su energía, su vitalidad perdida.
Su pasión, su sueño robado.
Abriendo caminos
Hace 9 años
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